Estoy harta de ser La Chica
O como leer Mujercitas cambió mis ideas sobre el tipo de chica que quería ser, la importancia de la representación y existir más allá de la mirada masculina
Ha pasado ya una década desde que leí Mujercitas por primera vez. Llegó a mis manos por casualidad, un regalo de cumpleaños que llamó mi atención por la bonita y contundente edición, aunque ahora sus páginas amarillentas crujen al abrirse y la sobrecubierta ha sustituido la elegancia por la suciedad. No es de extrañar, me ha acompañado muchas noches, pero no solo ella, con el paso de los años, más ediciones de esta novela han llegado a mis estanterías, donde ahora se erige un pequeño altar a esta historia que, sin que yo me diera cuenta, cambió mi vida.
Por aquel entonces, yo ya pasaba más tiempo viviendo aventuras con Gerónimo Stilton, Sherlock Holmes, Harry Potter o Peter Pan que haciendo cualquier otra cosa. La literatura vertebraba mi mundo tal y como lo hace ahora, era mi maestra, mi sueño, mi vida. Creo que podría clasificar lo que consumía en aquella época en dos grandes grupos. Por una parte, muchas historias estaban principalmente enfocadas en los personajes masculinos, incluso si había personajes femeninos. Ellos eran en torno a los que giraba la historia. Como mucho, en las historias corales protagonizadas por un grupo de amigos, podía haber una chica, La Chica. Lo veía en Doraemon, Phineas y Ferb, Los pitufos o La patrulla canina; lo leía en Cuatro amigos y medio, Harry Potter o Bat Pat.
¿Qué aprendí de esto? Lo único que yo como chica podía ser era La Chica. Ellos tenían mil estereotipos con los que identificarse (el cerebrito, el matón, el pringao…), pero nosotras debíamos retorcernos para encajar en el único conjunto de nuestra talla, que ni siquiera era realmente de nuestra talla. Teníamos otra opción, es cierto. La existencia de La Chica significa la definición por oposición de La Otra Chica. Si La Chica era protagonista, La Otra Chica era antagonista; si La Chica era buena e inteligente, La Otra Chica era malvada, tonta y superficial; si La Chica era amiga y ejemplo, La Otra Chica era enemiga y todo lo que una tenía que aspirar a no ser. Por lo tanto, aprendí también a desdeñar la amistad femenina, asegurando que los chicos eran mejores amigos, no por basarme en mis propias experiencias (estas no tardaron en demostrarme lo contrario), sino porque era la cantinela que arrullaban todos los productos culturales que consumía.
Pero, ¿qué pasaba cuando no encajabas en ninguno de los dos moldes de chicas posibles? Pues, además de intentar hacerlo dejando parte de ti atrás durante el proceso, te convertías en invisible. Porque lo que no se nombra, no existe. Y esto no solo es problemático de cara a la relación de las niñas consigo mismas y entre sí, sino también de cara a la relación con estas de los niños, que las asocian con estos estereotipos y las rechazan por ellos sin llegar a interesarse por su verdadera complejidad. Llegados a este punto, me parece interesante tener en cuenta algunas teorías sobre la representación en la cultura.
Sims Bishop divide los libros en tres grupos, aunque sus ideas se pueden aplicar a otros productos culturales también. Por un lado, tenemos puertas de cristal correderas, que permiten al lector ser transportado al mundo de la historia. Por otro lado, tenemos ventanas que permiten al lector exponerse a historias diferentes de la suya. Finalmente, tenemos espejos que permiten al lector ver su propia vida e identidad reflejada en las páginas. Para el desarrollo adecuado de un infante debe encontrarse con los tres tipos, ya que cada uno le aporta cosas diferentes pero igual de importantes. Sin embargo, lo que sucede es que hay cierto grupo que principalmente se ve expuesto a espejos mientras que la mayoría solo se encuentran con ventanas, creyendo así que su historia no merece ser contada, que no son dignos o dignas protagonistas de una aventura.
Así se crea un hueco en la representación, tal y como comenta Stuart Hall, ya que la realidad no se corresponde con la representación en la cultura. Esto es peligroso porque la cultura es la manera en la que le damos sentido y significado al mundo, por lo que este hueco supone la exclusión de las personas no representadas no solo de la cultura, sino también del mundo.
Por eso, Mujercitas fue un soplo de aire fresco para mí y creo que parte de mi obsesión derivó de ahí. La novela surgió como un encargo de una editorial a Louisa May Alcott, cuyos géneros predilectos eran muy diferentes de la guía para señoritas, muy de moda en la época, que le solicitaron. Así que no se vio con más remedio que escribirla a su manera. Estos textos moralizantes usados para entrenar a las mujeres con el objetivo de convertirlas en buenas madres y esposas. Solían contener rígidas normas respectos a cómo sentarse, comportarse en una reunión, mantener una conversación o cuidar la piel (se me ocurren varias cuentas de Tiktok que podrían encajar, la verdad). Todo esto a Louisa May Alcott, que nunca se casó y fue una gran defensora de derechos como el sufragio, no le iba mucho, pero sí resulta evidente esta influencia si leemos Mujercitas desde este prisma, ya que hay una gran insistencia en la bondad, el trabajo, el desarrollo personal y otros temas defendidos por el cristianismo.
Alcott escribió un manual de señoritas a su manera, en el que por primera vez yo me encontré con una historia donde las mujeres no eran personajes secundarios estereotipados centrados en el romance y el cuidado de los demás. No servían para avanzar la historia del protagonista masculino, sino que ellas eran las protagonistas de la historia y ellos quienes las apoyan en esta búsqueda de su identidad, su propósito, su lugar en el mundo. Los personajes femeninos que pueblan Mujercitas escapan de la male gaze, un término acuñado por Laura Mauvey para referirse a la representación de las mujeres como seres pasivos desde una perspectiva masculina y heterosexual en la que enseguida se trasforman en objetos sexuales para el placer del espectador. Así existen dicotomías como la de la puta o la santa, la cual también evaden las hermanas March, por una vez, solo son mujeres. Esta huida les ofrece la oportunidad de ser personajes femeninos verdaderamente complejos y, así, representar la realidad y no un ideal de moralidad pura, ya que todas tenemos el potencial de ser antipáticas, todas tenemos defectos.
Y esto fue muy significativo, tal y como señalaron actrices como Emma Watson o Meryl Streep que participaron en la nueva adaptación a película en el 2019, que demostró que en los dos siglos que habían trascurrido desde su publicación, la novela no había cogido polvo y seguía de actualidad.
"Women often don't have roles that are complex, and nuanced, and fully fleshed out. Often they're there to serve the male protagonist's story. They're there to serve a story that's not their own. And I think in Little Women, what is so beautiful is that the girls aren't there to serve anyone else's stories other than their own and each other's. And that is special and unique within the canon of [English] literature history.” (Emma Watson)
Además, Mujercitas demostraba que más de un personaje femenino podía tener un papel importante, no teníamos que vernos relegada a ser La Chica. Había muchas chicas distintas que podíamos ser, la diversidad no era solo masculina, también existía para nosotras.
Las hermanas March llevan esta diversidad por bandera. Cada una de ellas tiene unos sueños y aspiraciones, unos gustos, unas maneras de ser, unos defectos y unas virutdes, una historia de evolución diferente. Todas ellas son mujeres y todas ellas tienen una identidad diferenciada. Tienen conflictos porque no son perfectas, pero aun así se quieren y se respetan. Las relaciones entre mujeres no son valoradas, sino que reciben la misma importancia que las que desarrollan entre mujeres y hombres. La típica pelea entre La Chica y La Otra Chica suele producirse por un hombre, un “novio robado”. En cierta manera, algo así les pasa a Jo y Amy, pero cualquiera con un mínimo de comprensión es capaz de entender que el problema de las dos hermanas va de todo menos de eso porque las mujeres somos que los hombres que tenemos o queremos tener a nuestro lado.
“Women, they have minds, and they have souls, as well as just hearts. And they’ve got ambition, and they’ve got talent, as well as just beauty. I’m so sick of people saying that love is all a woman is fit for.” (Jo March)
En mi caso personal, nunca me había identificado con un personaje como Jo March. Como escribe al comienzo de este texto, la literatura ya vertebraba mi mundo y era algo que yo no veía demasiado representado. Tampoco ese fuego que llevaba dentro, que a veces salía en forma de pasión y otras de rabia. No importaba cuál porque iba a ser tildada de histérica, exagerada y dramática de todas formas. Y a Jo March le pasaba lo mismo. Ella fue mi primer espejo, el que me hizo comprender la importancia de la representación en la cultura. Gracias a Jo, dejé de intentar meterme en un vestido que no era de talla y acepté que quizás yo quería ser el tipo de chica que se pusiera unos pantalones.
Y eso fue genial, pero sigue habiendo un problema: la universalidad. Si vuelves un momento al principio de esta publicación, te encontrarás con una serie de fotos en las que podrás encontrar el mencionado patrón: grupo de amigos formado por chicos y La Chica. Aquí añado otro grupo de fotos, donde la diversidad entre mujeres aparece y se reivindica la importancia de la amistad femenina. La diferencia es que estos productos culturales están destinados únicamente a las chicas. Ha habido un cambio de un tiempo a este parte, pero parece que solo nosotras tenemos que cambiar nuestra forma de pensar y evolucionar, lo cual no es suficiente desde mi punto de vista. ¿Por qué yo y cualquiera niña somos capaces de disfrutar, entender y comentar cualquiera de los libros, series o películas mencionados, incluso aquellos que nos transmiten ideas negativas respecto a la feminidad y las mujeres, pero ellos no pueden hacer lo mismo con una historia donde las chicas son las protagonistas? Historias que tienen lecciones muy valiosas para todas. ¿Cómo vamos a ser respetadas y tratadas como iguales si se ríen de un niño en el recreo (o al menos lo hacían en mis tiempos, ojalá ahora todo haya cambiado) por consumir “cosas de chicas”?
Nosotras ya nos hemos hartado de ser La Chica, hemos comprendido que podemos ser muy diferentes entre nosotras, pero los chicos siguen creyendo que solo hay un tipo válido de chica. Y si te alejas de ese modelo que les ha vendido la ficción, no son capaces de entenderlo porque les faltan referentes. Yo por fin he encontrado mi espejo y he dejado atrás esos tiempos de libros-ventana, pero ellos se siguen mirando solo a ellos mismos. Así, el día del Spotify Wrapped, veo top 5 sin ninguna artista femenina o se escriben artículos preguntándose si las mujeres tenemos algo más que escribir o ya lo hemos escrito todo. Si solo nosotras nos esforzamos por incluir más perspectivas en nuestro menú cultural, sigue quedando mucho por avanzar. Ahora les toca a ellos, ahora os toca a vosotros: leednos, escuchadnos, vednos y dejad atrás todos esos prejuicios que os han metido en la cabeza sobre lo que es universal y lo que es para chicas porque lo segundo también tiene que ser lo primero.